JORDI CERVELLÓ
(Barcelona 1935 – Figueres 2022)

Kadin

(2011) – 7’

SOFIA GUBAIDULINA
(Chístopol 1931)

Chaconne para piano

(1962) – 10’

JORDI CERVELLÓ

Profili umani para violín

Selección de los 24 caprichos – (2018) – 18’

L’ostinato
Il beffardo
Il timido
L’isterico
L’innamorato
L’euforico
Il sonnambulo
L’ironico
L’appassionato

SERGUÉI PROKÓFIEV
(Sontsivka, Ucrania 1891 – Moscú 1953)

Sonata n.º 2 en Re, op. 94bis

(1943-44) – 24’

Moderato
Presto
Andante
Allegro con brio

COMENTARIO

por Ana García Urcola

El recientemente fallecido Jordi Cervelló comenzaba una carrera de violinista cuando un accidente acaecido en Roma en 1960 le cerró este camino y lo llevó a la pedagogía y la composición. Fruto de ese pasado de intérprete surge una escritura muy idiomática y natural para las cuerdas que se combina con influencias de modelos anteriores como Bartók y Prokófiev, esta última patente en el caso de Kadin. La partitura, escrita violín en mano, como siempre que componía para su instrumento, tiene una forma libre de tipo fantasía con un comienzo muy vigoroso y rítmico que da paso a dos temas melódicos envueltos en misterio. No faltan dos breves cadencias y una coda que resume el carácter virtuosístico que preside la obra.

Los nueve Profile umani forman parte de los 24 capricci pensados en principio como preparación técnica para los de Paganini y con el gran violinista Nathan Milstein como inspiración. El autor se plantea el reto de plasmar mediante diferentes técnicas violinísticas varios caracteres de la naturaleza humana con humor y con un despliegue total de sabiduría instrumentística y compositiva que supera ampliamente el objetivo inicial.

Sofia Gubaidulina, decana de los compositores contemporáneos por la grandeza de su obra y por su imparable actividad compositiva que se extiende desde hace más de sesenta años, escribió la Chaconne al final de su etapa de formación. En ella se encuentran tres influencias fundamentales: la de su mentor Shostakóvich, quien le animó a seguir “por su vía equivocada”; la de Webern en ese bajo obligado de chacona formado por 23 notas que sufre diversas transformaciones a modo de variaciones; y la de Bach, omnipresente en la obra de la rusa, tanto por la cercanía en cuanto a la inspiración de tipo religioso como por su perfección formal. Aquí, esto se manifiesta en el introito solemne a la manera barroca que recupera al final y en ese fugato central, cuyo tema constituye un evidente homenaje.

La Sonata para flauta fue encargada a Prokófiev por la Comisión para Asuntos Artísticos en un momento en el que gozaba de cierta benevolencia por parte del régimen soviético, y fue arreglada para violín a petición de David Óistrakh. En contraste con sus contemporáneas Sonatas de guerra para piano, esta obra contiene un aire clásico, melódico y luminoso. Curiosamente, es su versión para violín más conocida y programada, quizá porque gracias a la colaboración del gran intérprete, su carácter brillante, incisivo y virtuoso se vio notablemente acrecentado.

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