MAGNUS LINDBERG
Kraft
para seis solistas, orquesta y electrónica
(1985)
GYÖRGY LIGETI
Lontano
(1967)
Anssi Karttunen, violonchelo
Magnus Lindberg, piano
Álvaro Ayuso, percusión
Íñigo Dúcar, percusión
Xavier Castillo, clarinete
Orquestra Simfònica de l’ESMUC
Ernest Martínez Izquierdo, dirección
VIOLINES Júlia Álvaro / Guillem Armengol / Roger Beroy / Amanda Camacho / Inés Cárdenas / Paula Del Río / Paula Diz / Maria Erra / Martí Font / Anna M.ª Garcia / Helena Gilabert / Hugo Gracia / Carmen Guerra / Aina Hujic / Daniela Lewysohn / Laura Nicolás / Clara Pardo / Carmen Pascual / Jordi Prim / Xavier Querol / Mario Rabanal / Elena Rodríguez / Paula Ros / Marta Rossello / Gerard Seguí / Andrea Talavero VIOLAS Gerard Araníbar / Jaume Bosser / María Cabús / Ana Cerdán / Anna Espejo / Claudia García / Erika Denise González / Leire Martínez De Rituerto / Antoni Massegú / Irimia Menchero / Zhongjin Gorane Ruiz VIOLONCHELOS María Arias / Carla Artigau / Claudia Cárdenas / Sergi Garcia / Carles Girbau / Cèlia Juan / Núria Mena / Alba Morros / Julia Ramos / Anna Ripoll / Sergi Sancho CONTRABAJOS Felipe Contreras / Bruno Gil Moreno De Mora / Anna Cristina Grau / Pau Llopis / Paula Piñero / Silvia Roca / Marcos Vazquez FLAUTAS Neus Aznar / Sara Chavarria / Quim Ferrer / Queralt Moreno / Virginia Tato OBOES Carla Aguilar / Laura Carles / Marc Guillén / Xavier Martorell / Miguel Mira CLARINETES Antonio Cruzado / Joan Angel Esteve / Sergio Ferrer / Antonio Ruiz / Uxía Sierra FAGOTS Sabina Aran / Daniel Gálvez / Antonio López / Josep Rovira TROMPAS Marc Anguera / Arantxa Portolés / Pau Riedweg / Pau Torres TROMPETAS Joan Alós / Gabriel García / Miguel Robles / Guillem Rodríguez TROMBONES Pol Fernández / Alberto Poggialini / Vicent Ribera / Jordi Riera TUBAS David Camil Boros SAXOFONES Carlos Segura PERCUSIÓN Álvaro Ayuso / Íñigo Dúcar / Manel Ferrer / Adrià Font / Eloi Gomà / Maria Teresa Valdés ARPES Anna Aleshina / Esther Pinyol PIANO/CELESTA Ramon Serna
David Poissonier, ingeniero de sonido
COMENTARIO
por Asier Puga
FUERZA
«Hay artistas que hacen sentir la verdadera medida de las cosas. Toda su vida llevan esa carga, ¡y nosotros debemos estarles agradecidos por ello!», afirmó el matemático Yuri Manin en relación con el cineasta Andréi Tarkovski, quien recogió este comentario en sus fascinantes diarios. El programa que se presenta a continuación lo conforman dos creadores que también podrían ser receptores de esta afirmación de Manin.
La obra con la que comienza el programa, Kraft (‘fuerza’), es la primera gran obra de Magnus Lindberg. Con ella consiguió el premio de la Tribuna Internacional de Compositores y, posteriormente, el Premio de Música del Consejo Nórdico.
Kraft, escrita para el Toimii, el ensemble-laboratorio fundado por Lindberg junto a otros compositores en 1980, y orquesta sinfónica, tiene una plantilla concreta de conjunto instrumental solista (clarinete, dos percusionistas, piano, violonchelo, director y controlador de sonido), gran orquesta y electrónica en vivo. Se encuadra, por un lado, en el interés de Lindberg por sonoridades con cierto carácter ‘primitivo’ donde los elementos percusivos toman el protagonismo, como en sus obras previas Ablauf (1983), para clarinete y dos percusionistas ad libitum, que debe tocarse durante el descanso («un concierto no es una situación social neutral», afirmó Lindberg en relación con la obra) o Tendenza (1983), para 21 músicos, donde grandes bloques sonoros colisionan entre sí. La experiencia adquirida a través de estas obras, junto con la influencia de Xenakis, el mundo musical de los objetos sonoros de Pierre Schaeffer, Vinko Globokar, o el interés por la música espacial impulsado por Stockhausen con su obra Gruppen (1957) ‒para tres orquestas que rodean al público‒ y por las sonoridades y posibilidades electrónicas, hacen de Kraft una composición única, una suerte de obra bisagra en la que parecen confluir y reconducirse los intereses y las violencias sonoras de una época.
Kraft es la primera obra a gran escala en la que Lindberg utilizó el ordenador. De los dos años que tardó en componer la obra, el primero lo dedicó casi exclusivamente a la preparación del software, es decir, del programa que, como una suerte de ingeniero digital, iba a permitirle realizar todas sus invenciones sonoras. «Fue emocionante descubrir que el ordenador había abierto una perspectiva sobre mi material, y también me ha dado la fuerza para atreverme a utilizar soluciones mucho más simples que las que empleaba antes. El tratamiento del material con el ordenador ha sido un proceso muy plástico, ¡como modelar en arcilla!», explicó el propio Magnus Lindberg.
Si para Mahler una sinfonía debía de ser como el mundo («debe contenerlo todo»), Lindberg parece hacerse eco de esta metáfora; en Kraft, los conceptos de intérprete, de solista, incluso el del director o el propio ritual del concierto y, por tanto, del ejercicio de la escucha, se llevan a nuevos lugares inesperados. Por ejemplo, los solistas se mueven a lo largo del espacio durante la obra, a la vez que tocan instrumentos de percusión metálicos imaginativos y poco usuales. El mismo director, en un momento dado, se convierte en una suerte de extraña caja de música y emite diferentes sonidos con la boca.
«Me realizo a través de mi música. Supongo que soy un poco así en ese sentido. Tengo mucha energía. Siempre se ha acusado a mis composiciones de una excesiva complejidad. Son complejas, lo acepto, pero no puedo asumir la palabra excesivo. Soy un hijo de nuestro tiempo, me gustan las cosas complicadas», afirmó Lindberg sobre su obra.
Si la música de György Ligeti durante los años 40, influenciada en gran medida por Bartók y el estudio de la música folklórica, tiene una relación directa con el aislamiento al que se vio abocado su país debido a las diversas opresiones políticas, el Ligeti de los años 60, tras conseguir huir de Hungría en 1956, responde a ese creador en continuo contacto con las vanguardias.
A través de los célebres cursos de Darmstadt, así como de los avances en el campo de la música electrónica gracias a la creación en 1951 del estudio de música electrónica de Colonia (el primero de estas características), la música de Ligeti se desarrolla en un personalísimo mundo sonoro que no responde ni a las corrientes postserialistas ni tampoco a la influencia neodadaísta de ciertas músicas. De esta forma, desarrolla el concepto de ‘cristalización armónica’, un proceso de pensamiento armónico interválico que difiere de la armonía tradicional. A través de laberínticas texturas interválicas, Ligeti crea una compleja red sonora polifónica: «lo que está en la partitura es polifonía, pero lo que se escucha es armonía». La obra Lontano, de 1967, es el resultado de ese proceso de decantación estilística recorrido por Ligeti en obras previas como Apparitions (1958-59) o Atmosphères (1961). Incluso los títulos de las tres obras, ‘apariciones’, ‘atmósferas’ y ‘lejano’ o ‘desde la distancia’ —posibles traducciones de lontano— responden no solo a una idea poética, sino a una férrea voluntad artístico-técnica. Ello da como resultado obras de un lirismo muy particular, casi nuclear.