ANTONÍN DVOŘÁK
(Nelahozeves, República Checa 1841 – Praga 1904)

Concierto para violonchelo en si menor, op. 104

(1894 – 1895) – 40′

Allegro
Adagio ma non troppo
Finale: Allegro moderato

Narek Hakhnazaryan, violonchelo

PAUSA 20’

FRANZ JOSEPH HAYDN
(Rohrau, Austria 1732 – Viena 1809)

Simfonia HOB.I: 104 en re maYor “Londres”

(1795) – 29′

Adagio – Allegro
Andante
Minuet: Allegro

ORQUESTRA SIMFÒNICA DE BARCELONA I NACIONAL DE CATALUNYA

Narek hakhnazaryan, VioloncHelO

jan willem de vriend, DIRECCIÓn

PRIMEROS VIOLINES Jaha Lee, concertino asociada / Raúl García, asistente de concertino / Sarah Bels / Walter Ebenberger / Ana Galán / Natalia Mediavilla / Lev Mikhailovskii / Ivan Percevic / María Pilar Pérez / Anca Ratiu / Jordi Salicrú / Aurora Zodieru-Luca SEGUNDOS VIOLINES Alexandra Presaizen, solista / M. José Aznar / M. José Balaguer / Jana Brauninger / Patricia Bronisz / Clàudia Farrés / Alzy Kim / Melita Murgea / Josep Maria Plana / Robert Tomàs VIOLES Aine Suzuki, solista / Adolfo Hontañón*, asistente invitado / Christine de Lacoste/ Josephine Fitzpatrick / Sophie Lasnet / Jennifer Stahl / Andreas Süssmayr / Adrià Trulls VIOLONCHELOS José Mor, solista / Blai Bosser / Irene Cervera / Lourdes Duñó / Vincent Ellegiers / Jean-Baptiste Texier CONTRABAJOS Christoph Rahn, solista / Dmitri Smyshlyaev, asistente / Matthew Nelson / Albert Prat FLAUTAS Christian Farroni, asistente / Beatriz Cambirls OBOES Dolors Chiralt, asistente / José Juan Pardo CLARINETES Josep Fuster, asistente / Francesc Navarro FAGOTS  Ignacio Soler*, solista invitado/ Slawomir Krysmalski TROMPAS Juan Conrado García, asistente / David Bonet / Pablo Marzal, asistente TROMPETAS Ángel Serrano, asistente / Andreu Moros* TROMBONES Gaspar Montesinos, asistente / Vicent Pérez/ Raúl García, trombón bajo  TUBA José Vicente Climent* TIMBALES Luc Rockweiler PERCUSIÓN Juan Francisco Ruiz

ENCARGADO DE ORQUESTA Walter Ebenberger
RESPONSABLE DE DOCUMENTACIÓN MUSICAL Begoña Pérez
RESPONSABLE TÉCNICO Ignasi Valero
PERSONAL DE ESCENA Luis Hernández*

* Colaborador/a

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por Eva Sandoval

VIAJES DE IDA Y VUELTA

La experiencia insustituible de recorrer el mundo ha sido, y sigue siendo, una práctica común en los artistas de todas las épocas y todos los lugares, quienes han encontrado a través de ella valiosas fuentes de inspiración. A las travesías lúdicas se unen desplazamientos determinados por la propia profesión, lo que, concretamente para los músicos, hace que el mismo oficio de intérprete o de compositor esté muy vinculado al concepto de viaje.

Aunque Antonín Dvořák (1841-1904) visitó Inglaterra, Alemania y Rusia a lo largo de su carrera, la estancia que realmente marcó su trayectoria fue la que desarrolló en Estados Unidos entre 1892 y 1895. Allí, donde se había trasladado para ejercer como director del Conservatorio Nacional de Nueva York, concibió su Concierto para violonchelo en si menor, op. 104. En el caso de Joseph Haydn (1732-1809), a diferencia de otros colegas de su generación, prácticamente no se movió de su país natal, Austria. En 1790 recibió la invitación del empresario Johann Peter Salomon para viajar a Inglaterra y dirigir sus nuevas partituras orquestales. La Sinfonía n.º 104 en Re Mayor, Hob. I/104 fue compuesta para su segunda visita a Londres, que tuvo lugar entre 1794 y 1795. Ambos autores, ya en la madurez de sus trayectorias vitales (Dvořák tenía 54 años y Haydn, 63), y, poco después de escribir estas obras, decidieron regresar y establecerse hasta su muerte en las ciudades que los habían visto crecer como músicos: Praga y Viena, respectivamente. Tanto el último concierto de Dvořák como la última sinfonía de Haydn son, a su vez, las últimas obras que escribieron en aquellas significativas residencias en Estados Unidos y en Reino Unido.

“El violonchelo es un bello instrumento, pero su lugar está en la orquesta y en la música de cámara. Como instrumento a solo no es muy bueno. Su registro medio es válido, eso es verdad, pero en la tesitura aguda chirría y en la más grave gruñe. El mejor instrumento solista, después de todo, es el violín”. Así se expresaba Dvořák en referencia a su primer concierto para violonchelo y orquesta. Trabajó en él durante 1865, pero no llegó a orquestarlo. Tres décadas después, entre noviembre de 1894 y febrero de 1895, aún en tierras estadounidenses, escribió el grueso de su Concierto para violonchelo, op. 104. Se lo dedicó al virtuoso checo Hanuš Wihan, el violonchelista preferido del compositor al que consultó acerca de la parte solista durante la revisión de la obra ya de vuelta a Praga. El estreno corrió a cargo de otro de los grandes intérpretes del momento, Leo Stern, quien la presentó el 19 de marzo de 1896 en Londres con el propio autor en la dirección.

El inicio de la obra nos sorprende por la extensa introducción orquestal que plantea Dvořák en el allegro. En ella encontramos los dos temas principales de este movimiento. El primero, presentado por los clarinetes, se genera a partir de un motivo sencillo pregunta-respuesta que adquiere enseguida un carácter épico bajo la indicación “Grandioso” en tutti. El segundo material, lírico y teñido de melancolía y cierto dolor, lo expone la trompa en pianissimo. El violonchelo reelaborará y ornamentará de forma virtuosa ambos diseños a lo largo del movimiento. El “Adagio ma non troppo” comienza con el viento madera exponiendo el tema espiritual, nostálgico y dulce, que dominará toda esta sección y que se convertirá en un emotivo canto en el violonchelo. En la sección central, Dvořák presenta de forma variada su canción Lasst mich allein, op. 82 n.º 1 (Dejadme en paz) (1888), pieza favorita de su cuñada Josefina Čermáková, el gran amor de juventud del autor, que estaba gravemente enferma mientras el checo escribía este concierto. El allegro moderato nos recibe a ritmo de marcha con el tema principal de este rondó en las trompas. Se trata de una melodía ornamentada, de ritmo marcado y con un claro carácter popular eslavo que enseguida comienza a enriquecer al solista. En la coda final, con ecos de temas de movimientos anteriores, se suspende el tiempo con una cita literal y elegíaca de su op. 82 n.º 1 que desemboca en un poderoso estallido de rabia final.

“No fui nunca un creador rápido y componía siempre con ponderación y diligencia. Este tipo de obras, sin embargo, están pensadas para la posteridad y esto se revela de inmediato al conocedor con la partitura”. Según la famosa biografía de Georg August Griesinger de 1810, Haydn podría referirse en estas frases a sus denominadas como Sinfonías Londres, obras creadas para ser interpretadas en Inglaterra. Desde 1790, con la muerte del príncipe Nikolaus, Haydn se liberó de las férreas ataduras que le asociaban a los Esterházy y realizó dos viajes al país británico propiciados por el empresario Johann Peter Salomon. Esas estancias (1791-1792 y 1794-1795) constituyen los períodos más felices y fructíferos del compositor. Curiosamente, tal y como nos cuenta Griesinger, si la muerte de Mozart no se hubiera precipitado en diciembre de 1791, él habría ocupado el lugar de Haydn en los conciertos de Salomon, así que, seguramente, añadimos nosotros, su Sinfonía n.º 104, más conocida como Sinfonía Londres,no existiría. La obra se escuchó por primera vez el 13 de abril de 1795 dentro del concierto de despedida de Haydn en Londres.

El adagio-allegro comienza con una imponente llamada cadencial en la sombría tonalidad de re menor. La atmósfera oscura y dramática continúa durante toda la introducción, hasta que Haydn nos sorprende con la frescura y jovialidad del tema principal del movimiento, una grácil melodía por grados conjuntos de gusto popular que presentan los violines primeros. El original andante, por el contrario, nos presenta en la cuerda un perfil temático inocente y luminoso, perfectamente simétrico y con recurrencia de staccati, que se va oscureciendo progresivamente a medida que se incorpora el viento para convertirse en un lamento. El menuetto destaca por su economía de medios. En el trío central, fagot y oboe proponen un sencillo pero efectivo diseño fluido y desenfadado. Los temas del brillante finale spiritoso proceden de danzas folklóricas que comienzan a desplegarse sobre un bordón de clarinete y trompa. Se trata de tonadas que el autor habría escuchado durante aquellos cerca de treinta años al servicio de los Esterházy, y que, quizás, le evocaban la sensación de volver a casa.

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