El Museu de la Música de Barcelona inaugura l’exposició “Joan Manén. Orgull i destí”

04-Nov-2021 – Aleix Palau

El Museu de la Música, fiel a su compromiso de difusión del patrimonio musical catalán, se suma a la conmemoración del Año Manén en el 50 aniversario de la muerte del músico barcelonés. En colaboración con la Asociación Joan Manén, la muestra Joan Manén. Orgull i destí, comisariada por Daniel Blanch, quiere acercar la figura de un violinista y compositor que ha sido uno de los artistas más reconocidos y con mayor repercusión internacional de nuestro país del siglo pasado.

Manén fue un músico hecho a sí mismo, de fuerte individualismo y gran intuición, que desde pequeño se sintió predestinado a ocupar un lugar importante en el mundo musical. Manén vivió, en muchos aspectos, una vida de novela, marcada por su talento, por las convulsiones históricas de la época y por una personalidad abrumadora que, en cierto modo, representa el epígono del ideal del genio virtuoso del siglo XIX.

A partir de una recopilación documental en la que se cuentan fotografías, pinturas y dibujos, programas, partituras, cartas, instrumentos del autor y otros objetos, la exposición construye un retrato que permite abarcar los puntos cardinales de su trayectoria vital y artística. La muestra cuenta con la proyección del documental “Joan Manén, Variacions sense tema”, producido por Marcial AV, así como con diversas actividades paralelas como conciertos, conferencias, talleres y audiciones comentadas.

Sobre Joan Manén

Joan Manén i Planas nació en Barcelona el 14 de marzo de 1883. Fue el primero de dos hijos; el segundo, Àngel, fue fagotista de la Orquesta Pau Casals y de la Orquesta Municipal de Barcelona. Su padre, Joan Manén Avellán, era un hombre de fuerte personalidad. Pianista amateur, empleó todas sus energías en desarrollar el talento musical de su hijo primogénito.

A los cuatro años, Manén recibió de su padre las primeras nociones de solfeo y piano y a los cinco se inició con el violín. Dos años más tarde estudió con el violinista Clemente Ibarguren, alumno de Delphine Alard. Sometido a la exigencia de su progenitor, su talento estalló de forma fulminante. Leía a vista óperas en el piano, se ejercitaba transportando las fugas de Bach y asistía a los conciertos de la Sociedad Filarmónica de Barcelona, ​​dirigidos por Antoni Nicolau.

En verano de 1892 hizo los primeros conciertos públicos como pianista y violinista en Castellón y Valencia, con el nombre de Juanito Manén. En 1893 realizó una audición ante la Reina María Cristina, que le ofreció su protección. El padre declinó el ofrecimiento y decidió viajar con su hijo a Buenos Aires, iniciando así una etapa de extensas giras por todo el continente americano entre 1893 y 1896. A punto de cumplir once años, Joan Manén dejó de tener profesor de violín.

En 1894 dirigía una orquesta y un coro de doscientas personas en La Habana, y en enero de 1895 debutaba en el Carnegie Hall de Nueva York, hecho absolutamente extraordinario para un músico de su edad. Esa vida de niño prodigio acabó de forjar la personalidad del joven Manén, pero no era el camino más apropiado para su crecimiento como artista. Sin formación específica y motivado, una vez más, por el padre, se enfrentó al reto de componer.

A partir de 1898, con quince años, Manén se estableció en Berlín con su padre. Otto y Berta Goldsmith, una pareja muy bien relacionada dentro del mundo cultural berlinés, le acompañaron en su formación musical e impulsaron su carrera: gracias a ellos debutó a los quince años como solista con la Orquesta Filarmónica de Berlín, interpretando su Concerto espagnol.

En Berlín coincidió con el violinista Pablo Sarasate y los pianistas Eugene D’Albert y Teresa Carreño. Los compositores Max Bruch y Antonin Dvořák le acompañaron al piano en veladas íntimas, y el prestigioso editor Fritz Simrock publicó varias de sus obras.

Con diecisiete años Manén dio un recital en Colonia, acompañado por Richard Strauss al piano, y estrenó su primera sinfonía, Catalònia, bajo su propia dirección, en el Teatre Líric de Barcelona. El debut, en 1904, en la Hochschule für Musik de Berlín supuso un punto de inflexión en su carrera. Su interpretación de las dificilísimas Variaciones sobre “God Save the King” de Paganini le situó en la élite de los violinistas europeos.

Joan Manén realizó más de cuatro mil conciertos en todo el mundo en sesenta y cinco años de actividad y, a principios del siglo XX, su nombre se equiparó con el de los mayores violinistas de su tiempo, como Fritz Kreisler, Bronisław Huberman o Jan Kubelík.

Durante sus primeros años actuó principalmente con un violín fabricado por el lutier catalán Étienne Maire Clarà. Posteriormente adquirió un Petrus Guarneri que había pertenecido a Felix Mendelssohn, instrumento que le acompañó buena parte de su carrera.

Las crónicas de la época destacan su individualidad interpretativa. La excepcional técnica, un sonido de gran pureza y calidez y una cautivadora musicalidad son algunas de las cualidades más destacadas por los críticos del momento. Manén se consideraba a sí mismo un violinista solista, siguiendo el modelo del genio romántico del siglo XIX ejemplificado por Niccolò Paganini. Su repertorio se fundamentaba en obras de lucimiento de su virtuosismo y cantabile.

Manén se relacionó con algunos de los mejores músicos del momento: Jenö Hubay le dedicó dos obras; Enric Granados y Joaquín Nin interpretaron con él la integral de las sonatas de Beethoven, y mantuvo relación con Pau Casals, colaborando con su orquesta en varias ocasiones. Actuó bajo la dirección de maestros como Bruno Walter, Henry Wood, Willem Mengelberg o Ernest Ansermet, acompañado por las mejores orquestas europeas.

En el ámbito discográfico fue uno de los precursores en grabar conciertos completos para violín y orquesta. En 1916, 1917 y 1921 hizo las primeras grabaciones mundiales de los conciertos para violín de Beethoven y Mendelssohn, así como el primero de Bruch, conservados en el Museo de la Música de Barcelona.

Hijo de una época en la que el artista divo y el gran impacto en la audiencia eran dos valores a alcanzar y mantener, Manén siempre sintió la necesidad de ser admirado por todos los públicos y temido por sus rivales. Consciente de sus facultades, transmitió siempre un gran orgullo por todo lo que era capaz de producir, lo que resultó en una personalidad difícil y compleja.

El gran impulso de Joan Manén como compositor de prestigio en Europa se inició en 1908 a partir del estreno de su segunda ópera, Acté, en el Gran Teatro de Dresde, en ese momento uno de los más importantes de Europa. La misma ópera que cinco años antes había tenido una acogida fría en el Gran Teatre del Liceu fue elogiada unánimemente y representada en varias ciudades alemanas. A partir de entonces, formaciones como las Filarmónicas de Viena y Berlín, la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam o la Orquesta de la Suisse Romande programaron sus obras. En sus composiciones, Manén se muestra como un músico original, intuitivo y ecléctico. Su naturaleza era la de un post-romántico de inspiración mediterránea, con una elaboración temática llena de inventiva. A partir de los años 20 consolidó su estilo más personal, denominado “iberismo”, tomando la imaginería folclórica española como punto de partida para desarrollar obras de proyección internacional. Exigente y perfeccionista, a menudo reescribiría muchas de sus obras.

Compuso varios caprichos y conciertos para violín y orquesta, un concierto para violonchelo (escrito para Pau Casals y estrenado por Gaspar Cassadó), conciertos para piano y oboe, numerosas obras sinfónicas, dos ballets, siete óperas, obra coral, música de cámara, canciones, obras para instrumento solista (entre ellas la Fantasia-Sonata, dedicada al guitarrista Andrés Segovia) y sardanas.

El compositor tenía el don de elevar lo particular a un plano general, transformando los mitos y convirtiéndolos en temas universales: la evolución del artista en el poema sinfónico , el espíritu de superación en la ópera Heros, el amor en el quinteto Lui et elle o la conducta humana en la ópera Don Juan.

Encasillar una personalidad tan compleja como la de Manén tan sólo como violinista y compositor comportaría prescindir de varias facetas de su trayectoria. Fue director de orquesta, pianista, escritor, promotor de festivales y conciertos, fundador la Sociedad Filarmónica de Barcelona (1930), descubridor de una de las tumbas de Paganini (1939) e inventor de la “Orquesta invisible” (1951) , un procedimiento electrónico que le permitía presentarse a la vez en su triple faceta de solista, compositor y director de orquesta.

En 1954 Manén y su esposa Valentina Kurz iniciaron la creación de un auditorio en Barcelona que debía llevar el nombre de Auditorium Joan Manén. Por falta de financiación, la construcción quedó interrumpida y el violinista no pudo ver cumplido uno de sus sueños. En aquel auditorio debía ver estrenada su obra culminante, la trilogía de óperas Don Juan, compuesta a lo largo de cuarenta años.

El artista, que desde muy joven se sintió destinado a alcanzar grandes metas, irradiaba megalomanía. Alcanzó logros formidables y prestigio, pero su lucha personal era quimérica: la búsqueda de un reconocimiento a la altura de su egolatría.

Hacia el final de su vida, Manén se fue quedando aislado. Su magnetismo sobre los escenarios había quedado atrás, y su obra, de estética post-romántica y nacionalista, no encajaba en un panorama musical en el que imperaban la industria discográfica y las nuevas corrientes. Fue un compositor innovador, con una voz propia y un lenguaje armónico muy personal, pero su música se mantuvo en una línea estética arraigada a la expresión y la melodía.

Joan Manén vivió sus últimos años retirado del ambiente musical barcelonés, en su torre de marfil repleto de recuerdos de una vida intensa. Falleció el 6 de junio de 1971, a la edad de 88 años, en la ciudad de Barcelona.

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