DMITRI SHOSTAKÓVICH
(San Petersburgo 1906 – Moscú 1975)

CUARTETO DE CUERDA n.º 10 en La b maYor, op. 118

(1964) – 22′

Andante
Allegretto furioso
Adagio
Allegretto – Andante

PAUSA 15′

CUARTETO DE CUERDA n.º 9 en Mi b maYor, op. 117

(1964) – 24′

Moderato con moto
Adagio
Allegretto
Adagio
Allegro

CUARTETO CASALS

Vera Martínez, violín
Abel Tomàs, violín
Jonathan Brown, viola
Arnau Tomàs, violonchelo

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por Berta Coll i Bosch

El 20 de noviembre de 1964, en la Sala Grande del Conservatorio de Moscú, el Cuarteto Beethoven interpretó el mismo repertorio que escucharemos hoy en L’Auditori. Hacía cuatro años que Dmitri Shostakóvich no presentaba ningún cuarteto. Después del Cuarteto de cuerda n.º 8(1960), el más popular de toda la integral, el compositor entró en un bucle de autoexigencia que le llevó a quemar el borrador de un primer noveno cuarteto, «completamente diferente» del que escribió más adelante. El concierto del Cuarteto Beethoven fue, pues, un doble estreno que no pasó desapercibido. Compuestos entre mayo y julio de 1964, el Cuarteto de cuerda n.º 9 en Mi b, op. 117 y, el Cuarteto de cuerda n.º 10 en La b, op. 118, son fruto de una misma fiebre artística. «La diarrea creativa no cesa», escribía Dmitri Shostakóvich a finales de aquel verano en una carta a su amigo Isaak Glikman. Incluso podríamos decir que nos encontramos ante una especie de díptico musical. Ambas obras, tendentes al sinfonismo, suponen un punto de inflexión en el corpus camerístico de Shostakóvich; un punto y aparte entre los ocho cuartetos anteriores y los cinco que estaban por llegar.

El Cuarteto n.º 9 —dedicado a la tercera esposa del compositor, Irina Supínskaya, con quien se había casado en 1962— es de un experimentalismo intencionadamente desconcertante, que en algunos pasajes se acerca a un primitivismo tenebroso. Pizzicatos bruscos y acordes nerviosos confieren una tensión enérgica a los cuatro primeros movimientos, breves y armónicamente recargados; se trata de una tensión necesaria para la explosión del allegro final, una fuga mucho más larga que el resto de movimientos y que amalgama impetuosamente los materiales presentados durante la obra en un paisaje sonoro de gran contraste. Uno de los hallazgos de Shostakóvich es el encadenamiento de los cinco movimientos, que se suceden sin interrupciones y que dotan al cuarteto de unidad pese a su dispersión interna. Desde 1958, con la llegada de Nikita Jrushchov al poder, la URSS había vivido una relativa apertura artística, que seguramente dio vía libre a una experimentación más desacomplejada.

El Cuarteto n.º 10, escrito durante un retiro en la ciudad armenia de Diliján, está dedicado al compositor judío Moisey Vainberg, que era amigo íntimo de Shostakóvich; de hecho, esta amistad valió a Vainberg la protección en público por parte de Shostakóvich frente al antisemitismo de Stalin. Terminar el décimo cuarteto se convirtió en una especie de concurso amistoso. «Vainberg tiene nueve cuartetos. Con el último me había superado, porque entonces yo solo tenía ocho, así que me propuse igualarle y superarle». Con cuatro movimientos, el Cuarteto n.º 10 tiene una estructura más clásica, que sirve al compositor de punto de partida para demostrar ingenio y capacidad de reinvención. Como en el cuarteto anterior, los tres primeros movimientos —un andante nítido, un allegretto furioso abrupto y un adagio que amortigua líricamente la brusquedad— desembocan en un allegretto final que conjuga los temas ya anunciados y los entrelaza a modo de recapitulación.

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