AMY BEACH
(Nuevo Hampshire, 1867 – Nueva York 1944)

Trío con piano en la menor, op. 150

(1938) – 15’

Allegro
Lento espressivo
Allegro con brio

LUDWIG VAN BEETHOVEN
(Bonn, Alemania 1770 – Viena 1827)

Trío con piano en Re mayor “Fantasma”, op. 70 n.º 1

(1808) – 30’

Allegro vivace e con brio
Largo assai ed espressivo
Presto

Trio Fortuny

Joel Bardolet, violín
Pau Codina, violonchelo
Marc Heredia, piano

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por Jacobo Zabalo

No son muchos los compositores o compositoras que pueden enorgullecerse de alcanzar la cifra 150 en su opus y, con todo, en el caso de la norteamericana Amy Beach (1867-1944) el mérito no radica meramente en este dato. Reconocida como niña prodigio en un hogar sensibilizado con el arte musical —su madre, Clara Imogene “Marcy” Cheney, era pianista y cantante—, estudió piano con Carl Baermann, discípulo del mítico Franz Liszt, cuándo la familia se trasladó a Boston, en 1875. Su debut, con solo dieciséis años, fue seguido con interés por los medios locales. En cierta manera animada por su marido, optó por centrarse en la composición. Si bien algunas de sus obras más emblemáticas son para orquesta, como la sinfonía “Gaèlica” —que deja traslucir la influencia del compositor de la sinfonía “del Nuevo Mundo”—, o incluso para orquesta con corazón, como es la Misa en mí m (1892) o el impresionante Canticle of the Sun (1928), Amy Beach también mostró una gran habilidad en la composición de piezas en formato de cámara. Entre otros, su opus incluye un buen número de canciones, una balada, una sonata para violín o un quinteto con piano, así como —por descontado— el Trío con piano en la m, op. 150, antepenúltima obra numerada. A pesar de la fecha de composición (1938), el lirismo del allegro inicial parece beber de fuentes brahmsianas, como si reivindicara una sensibilidad atemporal. El lento espressivo abunda en esta línea, trazando figuras especulares de incontestable belleza que contrastan con la discreta animosidad del presto, allegro cono brio.

En 1808, ciento treinta años antes, Ludwig van Beethoven compuso un trío con piano que la posteridad conocería por el sobrenombre de “Geist” (literalmente, espíritu). Aunque, en su contexto, las reminiscencias del término son en gran manera filosóficas —recordamos que el año anterior había visto la luz una de las obras más influyente de todos los tiempos, la Fenomenología del espíritu—, se sabe que, para la concepción del idiosincrático movimiento lento, Beethoven tuvo presente una ópera basada en la versión alemana de Macbeth —concretamente, la escena inicial de las brujas—, que tuvo que interrumpirse por la muerte del traductor. No es aquel el único movimiento memorable de una composición creada bajo el amparo de la princesa húngara Marie Erdödy, melómana de salud frágil que —según se dice— despertó la admiración de Beethoven. Asusta el arrebato inicial del allegro vivace e con brio, como un apasionado e incontinente exabrupto. El tutti conocerá varias repeticiones, dando pie —entre ellas— al desarrollo de diálogos con insinuaciones disonantes contrarrestadas por el genio de Bonn con su contundencia característica. Más que una atmósfera propiamente maléfica, en el subsiguiente largo assai ed espressivo, parece extenderse una niebla metafísica que dinamiza la melancolía en qué —explica Louis Spohr— se encontraba un Beethoven condenado ya a la sordera profunda. Como para desvanecer humores infaustos, la ligereza del presto enuncia a la persona del primer violín —doblada por el violonchelo y después reforzada por el piano— una posibilidad luminosa que sugiere una vía salvífica a través de la experiencia artística. A propósito de este trío, E. T. A. Hoffmann escribió que habría «un mundo desconocido para la humanidad».

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