Golestân, o El jardín de las rosas -homónimamente al recopilatorio de poemas escritos por el poeta persa Saadi en el siglo XIII-, titula y engloba el seguido de formas y miniaturas melódicas extraídas del repertorio clásico iraní, el Radif, que nos ofrece el Ensemble Delgoshâ. Un abanico de melodías tradicionales que abasta diversas emociones, sentimientos y estados de ánimo y que, en este caso, toman sus letras de poemas de los grandes místicos Mawlânâ Rûmî y San Juan de la Cruz.

COMENTARIO

por Halil Bárcena

PÈRSIA, MÚSICA, POESIA I MÍSTICA

Hay geografías especialmente dotadas para la música y la poesía. Persia, la gran Persia, que rebasa con creces las fronteras del Irán contemporáneo, es, sin lugar a dudas, una de ellas. La propia lengua persa, conocida como la “lengua de los mil poetas” y también como “el italiano de Oriente”, ha contribuido a tal fenómeno dada su sonora musicalidad. En Persia, la poesía, que es un don innato, cuenta con una riquísima tradición de siglos. Desde tiempos antiquísimos, los persas hallaron en ella el medio más acorde a su personalidad para expresarse, de tal manera que hablar hoy de literatura persa es referirse, fundamentalmente, a su fructífera poesía.

En Persia –tierra de religiones, de poetas, de místicos–, poesía y música se han entrelazado, de siglo en siglo, de una manera sorprendentemente fácil y afortunada, hasta llegar a ser casi una misma realidad. Al fin y al cabo, toda poesía persa deviene canto verbal. Poesía y música han convivido entre los persas, en perfecta armonía, desde antes de que el poeta y el músico tuvieran conciencia del propio destino. Y es que ambas son almas gemelas.

La poesía persa posee una fuerte impronta espiritual derivada, fundamentalmente, del sufismo, la dimensión mística del islam. El sufismo de raigambre persa se caracteriza por haber cuidado siempre la expresión musical. Los persas tienen tendencia a ver las cosas en imágenes y a expresarse en ritmos sonoros, al tiempo que reflexionan mediante la poesía, de tal manera que en pocos lugares del mundo hallamos un vínculo tan perfecto entre poesía, música y mística.

Dicho vínculo, un vínculo multiplicador de sentidos, es aún más estrecho en el místico sufí Mawlânâ Rûmî (1207-1273), una de las voces más sobresalientes no ya del sufismo, sino de la espiritualidad universal, que en cualquier otro autor. En la figura de Rûmî, verdadero alquimista del corazón y maestro de derviches, se concilian sin la menor contradicción el teósofo, el poeta místico y el derviche giróvago que halla en la música y la danza una senda inmejorable para acercarse al misterio de Dios y, al mismo tiempo, para expresarlo. Y es que Rûmî vislumbra en la música una forma inestimable de revelar lo que no puede decirse mediante la palabra, ni siquiera la palabra poética, dada la insuficiencia de todo lenguaje a la hora de expresar los frutos del amor divino.

Pues bien, nadie mejor que el cantante iraní Taghi Akhbari y el grupo que le acompaña para cantar la poesía de Rûmî, una poesía compuesta, precisamente, para ser cantada y, en muchos casos, danzada. Proclama el propio Rûmî: “Muchas son las vías que conducen a Dios. Yo he elegido la de la música y la danza”. Poseedor de una voz rica en matices, en la que resuenan los ecos de toda una antigua tradición persa de canto vocal modal (avâz), Taghi Akhbari no solo canta a Rûmî, sino que se atreve también con otra cumbre de la mística, en este caso castellana, como es San Juan de la Cruz, en quien brillan con fuerza destellos de inequívoca procedencia sufí. Con su acertada propuesta artística, Taghi Akhbari pone de relieve que la poesía, la música y la mística son terrenos fértiles para el encuentro entre los seres humanos más allá de su condición y procedencia.

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