ARNOLD SCHÖNBERG
(Viena, Austria 1874 – Los Angeles, Estados Unidos 1951)

Erwartung, op. 17

(La espera) – Monodrama en un acto para soprano y orquesta (1909) – Poema de Marie Pappenheim – 35’

Heidi Melton, soprano

PAUSA 20’

LUDWIG VAN BEETHOVEN
(Bonn, Alemania 1770 – Viena, Austria 1827)

SiNfonía n.º 7 en La MAyOR, op. 92

(1811-1812) – 36’

Poco sostenuto -Vivace
Allegretto
Presto
Allegro con brio

ORQUESTRA SIMFÒNICA DE BARCELONA I NACIONAL DE CATALUNYA

Heidi Melton, soprano

EUN SUN KIM, dirección

PRIMEROS VIOLINES Birgit Kolar*, concertino invitada / Beatrice Gagiu*, concertino asociada invitada / Walter Ebenberger / Ana Isabel Galán / Natalia Mediavilla / Lev Mikhailovskii / Katia Novell / Jordi Salicrú / Aurora Zodieru-Luca / Cèlia Johé* / Ana Kovacevic* / Octavi Martínez* / Laura Pastor* / Aria Marina Trigas* / Yulia Tsuranova* · SEGUNDOS VIOLINES Emil Bolozan, asistent / Jana Brauninger / Clàudia Farrés / Alzy Kim / Melita Murgea / Robert Tomàs / Vladimir Chilaru* / Andrea Duca* / Daniel Gil* / David Olmedo* / Francesc Puche* / Arturo Seijo* / Oleksandr Sora* / Marina Surnacheva* · VIOLAS Anna Puig, solista / David Derrico / Josephine Fitzpatrick / Franck Heudiard / Miquel Serrahima / Andreas Süssmayr / Adrià Trulls / Irene Argüello* / Cristina Izcue* / Manuel del Horno* / Laia Martí* / Marina Prat* · VIOLONCHELOS Charles-Antoine Archambault, solista / José Mor, solista / Blai Bosser / Irene Cervera / Lourdes Duñó / Vincent Ellegiers / Jean-Baptiste Texier / Javier Costa* / Míriam Jiménez* / Lluc Pascual* · CONTRABAJOS Dmitry Smyshlyaev, asistent /  Jonathan Camps / Apostol Kosev / Matthew Nelson / Anna Cristina Grau* / Nenad Jovic* / Maria Llastarry* / Jose Luís Tovar* · FLAUTAS  Francisco López, solista / Beatriz Cambrils / Christian Farroni, asistente / Ricardo Borrull, flautín · OBOES Rafael Muñoz, solista / José Juan Pardo / Dolors Chiralt, asistente / Disa English, corno inglés  · CLARINETES Josep Fuster, asistente / Francesc Navarro / Elvira Querol*, asistente invitada / M. Carmen García*, clarinete en mi b / Alfons Reverté, clarinete bajo · FAGOTS Silvia Coricelli, solista / Noé Cantú / Thomas Greaves, asistente / Slawomir Krysmalski, contrafagot · TROMPAS Juan Manuel Gómez, solista / Joan Aragó / Pablo Marzal, asistente / Artur Jorge · TROMPETAS Ángel Serrano, asistente / Patricio Soler* / Andreu Moros* · TROMBONES Eusebio Sáez, solista / Pablo Rodríguez* / Gaspar Montesinos, asistente / Raúl García, trombón bajo · TUBA José Vicente Climent* · TIMBALES Joan Marc Pino, asistente · PERCUSIÓN Juan Francisco Ruiz / Ignasi Vila / Eloi Gomà* · ARPA Magdalena Barrera, solista · PIANO Lluïsa Espigolé*

ENCARGADO DE ORQUESTA Walter Ebenberger
RESPONSABLE DE DOCUMENTACIÓN MUSICAL Begoña Pérez  
RESPONSABLE TÉCNICO Ignasi Valero  
PERSONAL DE ESCENA Luís Hernández*

*Colaborador/a

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por Josep Barcons

¡Felicidades! Por favor, no se turbe por la interpelación tan directa, pero es que hay al menos cinco motivos por los que se sentirá feliz de estar hoy aquí.

El primero: asistir a este concierto de contrastes y disfrutar de los genios aparentemente tan dispares (aunque, de hecho, no lo sean tanto) de Schönberg y Beethoven. El segundo –quizás ya lo sabía– es participar en la celebración del 150.o aniversario del nacimiento de Arnold Schönberg. El tercero es que tanto el segundo movimiento de la Séptima sinfonía de Beethoven como la obra de Schönberg son verdaderas cimas estéticas de la música occidental, si bien se encuentran en las antípodas en términos de popularidad. El cuarto –y lo digo con cierta vergüenza– es el hecho de que, si bien los dos autores de las partituras son hombres, el concierto de hoy tiene un claro protagonismo femenino, en una normalización de género que –a través de la soprano, la directora y la libretista del monodrama– no debería ser noticia. Y el quinto es que la obra de Schönberg que se dispone a oír requiere un compromiso de escucha del que uno no puede sino felicitarse.

Esto último se debe a que Erwartung (La espera), escrita por Schönberg en septiembre de 1909, es una de las obras más duras –si me permiten la palabra– del catálogo del compositor. Y lo es tanto por la temática que expone como por el lenguaje que se emplea, de una atonalidad nada amable ni placentera. Pero es que no podía ser de otra manera si tenemos en cuenta no solo la catástrofe mundial que Schönberg –visionario en muchos sentidos– parece ya intuir cinco años antes de que estalle la Gran Guerra, sino también la catástrofe personal de la protagonista: una mujer que espera agónicamente y alucinada a su amante en medio de un bosque, sin ser del todo consciente (la obra es un brutal monólogo interior) de que ella misma lo ha asesinado.

Sobre un texto profundamente expresionista de Marie Pappenheim, el compositor optó por situar a la protagonista (y de paso al oyente) en una especie de presente continuo de la escucha. El tratamiento orquestal de Schönberg es magistral, y la forma de la pieza es un fluir constante que sigue el esqueleto que el texto le proporciona y nos adentra en el mismo bosque (interior y exterior a la vez) donde la protagonista se siente perdida. Marie Pappenheim, médica e intelectual del círculo de Schönberg, era prima de Bertha Pappenheim, paciente del psicólogo Josef Breuer, quien junto con su discípulo Sigmund Freud habló de ella en “El caso de Anna O.” en sus pioneros Estudios sobre la histeria de 1895, por lo que el texto exuda buena parte del clima que se conocía dentro de la familia. Si Pappenheim escribió su monólogo siguiendo procedimientos de escritura automática, no parece menos automático el trabajo de Schönberg, quien escribió esa partitura de media hora de duración en solo 17 días.

Llegar a entender no solo intelectualmente, sino, sobre todo, auditivamente el camino que llevó a Schönberg a la radical (r)evolución estética de sus primeras obras atonales es algo que requiere tiempo y paciencia. Para aquellos que no estén acostumbrados a escuchar su música, me permito hacerles dos recomendaciones que parecen una sola: la primera es decirles que no cierren los oídos a Erwartung, en un gesto reflejo que sería comprensible ante la saturación de información que nos plantea su discurso. Por el contrario, déjense sorprender por la miríada de colores y paisajes por los que nos hace transitar la partitura, como se dejarían imbuir por la atmósfera a menudo densa o asfixiante de los cuadros de James Ensor, Ernst Ludwig Kirchner o Edvard Munch. Abandonen cualquier expectativa de complacencia y entren en el juego que les propone Schönberg para –juicios aparte– admirar la capacidad expresiva del compositor vienés de quien este año celebramos el aniversario. La segunda recomendación es que –salgan como salgan de esta experiencia de escucha– se hagan un regalo y al mismo tiempo hagan otro a Schönberg: no cierren los oídos a su música y recorran paso a paso sus primeros opus hasta llegar al Segundo cuarteto de cuerda, en el que –con dolor por la pérdida, pero con honestidad ética y estética– Schönberg se lamenta no solo de su crisis matrimonial con Mathilde von Zemlinsky, sino también de la crisis de las relaciones armónicas de un sistema tonal que, siguiendo su compromiso con la evolución de la música europea, se siente obligado a abandonar.

En este cuarteto de cuerda, Schönberg introduce la radical novedad de incorporar una soprano, de forma análoga a cómo Beethoven incorporaría también la voz a su Novena sinfonía, escrita en 1822. Hoy escucharemos la séptima, escrita entre 1811 y 1812, al igual que la octava, si bien su fragmento más célebre –el inspirado tema del allegrettolo esbozó en 1806 como idea desestimada para el tercero de los Cuartetos Razumovski.

La Sinfonía en La, op. 92, responde al esquema clásico en cuatro movimientos y fue estrenada en 1813 bajo la dirección del propio Beethoven, en una exitosa velada en la que también se estrenó la obra sinfónica La victoria de Wellington, op. 91. El primer movimiento se abre con una de las introducciones lentas más largas que se hayan escrito como preludio de la prescriptiva forma de allegrode sonata, en este caso subsumida bajo un vivacealegre y gozoso, en una explosión primaveral (y casi pastoral, como en la Sexta sinfonía) que se encuentra en las antípodas del bosque sombrío en el que Schönberg nos adentraba. El segundo movimiento, en vez de un adagio,es un allegrettoque llegó a popularizarse tanto que a lo largo del siglo xix se empleaba a menudo como música funeraria. El scherzoes uno de los más trepidantes del catálogo de Beethoven, y el finale, efervescente y espléndido, corona esta sinfonía con una exaltación del espíritu que nos redime de las oscuridades en las que nos habíamos adentrado durante los primeros acordes del concierto. Un motivo, al fin y al cabo, para felicitarse.

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