FRANZ SCHUBERT
(Viena 1797 – 1828)

Cuarteto de cuerda n.º 14 en re menor “La muerte y la doncella”, D 810

(1824) – 40

I. Allegro
II. Andante con moto
III. Scherzo. Allegro molto — Trio
IV. Presto — Prestisimo

 

PAUSA 15'

 

BERNAT VIVANCOS
(Barcelona, 1973)

Ritual para doble cuarteto de cuerda

(2022) – Estrena mundial, encàrrec de L’Auditori – 35

I. Introit
II. Choral
III. Oratio
IV. Litaño
VII. Sacrilège

Quatuor Hanson

Anton Hanson y Jules Dussap, violines / Gabrielle Lafait, viola / Simon Dechambre, violonchelo

 

Quatuor Arod

Jordan Victoria y Alexandre Vu, violines / Tanguy Parisot, viola / Jérémy Garbarg, violonchelo

COMENTARIO

por Ana García Urcola

La vida del joven Schubert que compone el cuarteto La muerte y la doncella en 1824 tiene más sombras que luces. Si bien ha firmado un contrato con su editor que le permite vivir de sus cuadernos de lieder, no consigue estrenar sus óperas. Además, desde 1823 sufre la enfermedad que le llevará a la tumba tan solo cinco años más tarde.

El lied que da nombre al cuarteto fue compuesto por Schubert en 1817 y supone una doble inspiración: por un lado, el tema de la Muerte, sujeto de las variaciones que constituyen el andante del segundo movimiento; por otro, la tonalidad de re menor, de color eminentemente fúnebre, que es la de los otros tres movimientos. Curiosamente, el segundo movimiento adopta la tonalidad de sol menor, que remite a otro lied terrible en el que la muerte triunfa sin apelación: El rey de los alisos. El dominio de lo fatal se anuncia desde la primera célula rítmica del allegro inicial, como evocación del temor de la Doncella hacia su destino. Pugna y exasperación presiden este movimiento: incluso los dos temas luchan por imponerse y los instrumentos llegan a un punto de tensión máxima para resolver en un pianissimo absolutamente opresivo. El andante constituye un perfecto resumen de esa relación tan peculiar de Schubert con el final que tan cerca tenía: pánico, dolor y aceptación serena en un luminoso y devastador modo mayor. Los dos últimos movimientos suponen un intento vano de huida y una danza macabra, respectivamente, en los que el torbellino mortal nos arrastra sin respiro ni misericordia.

Ajeno a lo acomodaticio, a modas y tendencias, Bernat Vivancos ha escogido para Ritual I la formación absolutamente inusual de doble cuarteto. Mediante una escritura de una depuración de líneas extrema que nunca permite la confusión con un octeto, ambos cuartetos dialogan, se unen, combinan y hasta se oponen de múltiples formas. Si podemos rastrear rasgos modales de nuestra más decantada tradición coral, también nos proyectamos al futuro con un espectro armónico y unos recursos instrumentales decididamente contemporáneos. Vivancos nos remite a los eternos rituales de la vida y la naturaleza, sin adscripción religiosa determinada, pero con una fuerte llamada a la comunión de cada uno con su entorno. Destaquemos como nexo común con Schubert esa inspiración en la naturaleza, entendida como anclaje en las raíces, pero también como terreno privilegiado de exploración sonora. Debido a su extensión, no se interpretarán los ocho movimientos que componen la obra.

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