FRANZ JOSEPH HAYDN
(Rohrau, Austria 1732 - Viena 1809)

Cuarteto de cuerda n.º 4 en Si b mayor "Sonnenaufgang", op. 76

(c. 1797) – 22

1. Allegro con spirito
2. Adagio
3. Menuet. Allegro – Trio
4. Finale. Allegro ma non troppo

 

Cuarteto de cuerda n.º 2 en re menor "Quintenquartett", op. 76

(1797) – 20

1. Allegro
2. Andante O Più Tosto Allegretto
3. Menuetto
4. Finale: Vivace Assai

ARIS QUARTETT

Anna Katharina Wildermuth, violín
Noémi Zipperling, violín
Caspar Vinzens, viola
Lukas Sieber, violonchelo

ECHO Rising Star, nominado por Elbphilharmonie Hamburg y Konzerthaus Dortmund 

COMENTARIO

por Diego Civilotti

Ventanas al siglo XVIII

La tradición vio en Franz Joseph Haydn un gran precursor, pero si en algo se le aplicó con justicia el apodo de “Papa” Haydn, fue en la historia del cuarteto de cuerda. Los cuartetos op. 33 han sido leídos como paradigma del principio de una época, y el primero de ellos representa un punto de inflexión. Dotando a la obra de gran riqueza de texturas, las cuatro voces se cruzan constantemente, alternando en la jerarquía entre melodía y acompañamiento y conservando en esa dialéctica toda su personalidad para materializar el célebre ideal de Goethe: “uno escucha a cuatro personas sensatas conversando entre ellas”.

El Cuarteto de cuerda n.º 1 en sol, op. 76 pertenece a la última etapa de su producción: la culminación de toda una vida dedicada al género. Los seis cuartetos op. 76 tienen pie y medio en el Romanticismo, especialmente en materia armónica, y resulta abrumadora su riqueza formal. Caracterizado por el contraste entre atmósferas festivas y solemnes, el primero de ellos en sol comienza con una melodía alegre de carácter popular. El Cuarteto de cuerda n.º 4 en si b se inicia con una secuencia de cadencias que nos anuncian un final, aunque se trate del inicio. El ingenio de Haydn logra encontrar ese equilibrio entre la fluidez expresiva y la audacia creativa, con una rica paleta de colores desde los primeros compases: un luminoso “amanecer” donde el primer violín se despereza sobre el colchón que ofrecen violín, viola y violonchelo. Como en el primero de los cuartetos op. 76 un allegro con spirito abre la pieza, mientras el adagio nos conduce a una atmósfera reflexiva que explora las propias posibilidades instrumentales a partir de un sencillo tema de siete compases. Tremendamente expresivo, el Cuarteto de cuerda n.º 2 en re m es una excelente muestra de la inagotable imaginación tonal y la destreza haydniana para innovar en materia formal, con propósitos expresivos que se materializan en un profundo contraste entre movimientos, desde el oscuro y trágico inicio, que pronto desemboca en un recorrido lleno de sorpresas y transformaciones: en el inicio del finale, algunos glissandi en el primer violín interrumpen el desarrollo dramático, como una broma impertinente en un diálogo solemne.

Estos cuartetos son una ventana al siglo XVIII a la que asomarse de distintas maneras: reverenciándola, descubriendo una oportunidad para pensar nuestra relación con la música o escuchando a “Papa” Haydn para después interpelar nosotros a esa voz, trascendiendo la sala de concierto.

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