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Lizz Wright, una de las voces más extraordinarias del jazz moderno, terminó el año pasado con un lustro de silencio discográfico. Ahora, 13 años después de su recordado debut en Luz de Gas dentro del Festival Internacional de Jazz de Barcelona, vuelve con el sedoso Freedom & Surrender, un disco en el que reivindica de nuevo su gran talento como compositora y, de paso, lleva River Man, de Nick Drake, y To Love Somebody, de los Bee Gees, en otra dimensión, la del jazz vocal exquisito con vernissage soul y raíces en el gospel. Prince, dos días antes de morir, no se la quiso perder en un club de Minneapolis, el Dakota. Porque la niña que cantaba en la iglesia donde su padre predicaba es hoy, según The New York Times, heredera de una «línea directa que va de Odetta hasta Tracy Chapman, cantantes que tienen como fuente primigenia la tradición espiritual afroamericana».