PROGRAMA DEL VIERNES 11 Y SÁBADO 12 DE MARZO

 

SERGUÉI PROKÓFIEV
(Sontsovka, hoy Ucrania 1891 – Moscú 1953)

El amor de las tres naranjas. Suite, op. 33a

(1919) – 1a audició – 15

I. Les Ridicules
II. Le Magicien Tchelio et Fata Morgana jouent aux cartes (Scene infernale)
III. March
IV. Scherzo
V. Le Prince et la Princesse
VI. Le Fuite

 

SERGUÉI RAJMÁNINOV
(Semyonovo, Rusia 1873 – Beverly Hills, Estados Unidos 1943)

Concierto para piano y orquesta n.º 1 en fa # menor, op. 1

(1890-1891) – 26

I. Vivace
II. Andante
III. Allegro vivace

Denis Kozhukhin, piano

 

PAUSA 20'

 

DMITRI SHOSTAKÓVICH
(San Petersburgo 1906 – Moscú 1975)

Sinfonía n.º 1 en fa menor, op. 10

(1924-1925) – 28

I. Allegretto – Allegro non troppo
II. Allegro
III. Lento
IV. Allegro molto – Lento

PROGRAMA DEL DOMINGO 13 DE MARZO

 

SERGUÉI PROKÓFIEV
(Sontsovka, hoy Ucrania 1891 – Moscú 1953)

El amor de las tres naranjas. Suite, op. 33a

(1919) – 1a audició – 15

I. Les Ridicules
II. Le Magicien Tchelio et Fata Morgana jouent aux cartes (Scene infernale)
III. March
IV. Scherzo
V. Le Prince et la Princesse
VI. Le Fuite

 

DMITRI SHOSTAKÓVICH
(San Petersburgo 1906 – Moscú 1975)

Sinfonía n.º 1 en fa menor, op. 10

(1924-1925) – 28

I. Allegretto – Allegro non troppo
II. Allegro
III. Lento
IV. Allegro molto – Lento

 

PAUSA 20'

 

SERGUÉI RAJMÁNINOV
(Semyonovo, Rusia 1873 – Beverly Hills, Estados Unidos 1943)

Concierto para piano y orquesta n.º 3 en re menor, op. 30

(1909) – 44

I. Allegro ma non tanto
II. Intermezzo: Adagio
III. Finale: Alla breve

Denis Kozhukhin, piano

ORQUESTA SINFÓNICA DE BARCELONA Y NACIONAL DE CATALUÑA
DENIS KOZHUKHIN, PIANO
Kazushi Ono, DIRECCIÓN

 

PRIMEROS VIOLINES Birgit Kolar *, concertino invitada / Peter Biely*, asistente de concertino invitado / Maria José Aznar / Walter Ebenberger / Ana Galán / Natalia Mediavilla / Katia Novell / Pilar Pérez / Anca Ratiu / Jordi Salicrú / Ana Kovacevic* / Ariana Oroño* / Aria Trigas* / Yulia Tsuranova*  SEGUNDOS VIOLINES Alexandra Presaizen, solista / Emil Bolozan, asistente / Maria José Balaguer / Claudia Farrés / Mireia Llorens / Melita Murgea / Robert Tomàs / Paula Banciu* / Silvia Cánovas* / Andrea Duca* / Laura Pastor* / Oleksandr Sora* VIOLAS Aine Suzuki, solista / Rumen Cvetkov*, asistente invitado / David Derrico / Christine de Lacoste / Sophie Lasnet / Jennifer Stahl / Miquel Serrahima / Andreas Süssmayr / Irene Argüello* / Javier López*  VIOLONCHELOS  Charles-Antoine Archambault, solista / Joaquín Fernández*, assistent  invitat / Lourdes Duñó / Vincent Ellegiers / Irene Cervera* / Daniel Claret* / Andrea Fernández* / Joan Rochet*  CONTRABAJOS Christoph Rahn, solista / Dmitri Smyshlyaev, asistente /  Apostol Kosev / Matthew Nelson / Josep Mensa / Albert Prat   FLAUTAS  Francisco López, solista / Beatriz Cambrils / Ricardo Borrull, flautín  OBOES  Dolores Chiralt*, asistente / José Juan Pardo / Disa English, corno inglés  CLARINETES  Josep Fuster, asistente / Francesc Navarro/ Lluís Casanova*, clarinete bajo  FAGOTS Silvia Coricelli, solista / Noé Cantú / Slawomir Krysmalski, contrafagot TROMPAS  Juan Manuel Gómez, solista / David Bonet / Pablo Marzal, asistente de tercero / Alma María García*  TROMPETAS Angel Serrano, asistente / Adrián Moscardó / Andreu Moros*  TROMBONES Eusebio Sáez, solista / Vicente Pérez / Gaspar Montesinos, asistente / Miguel Martí*, trombón bajo  TUBA Daniel Martínez *  TIMBALES Juan Marco Pino, asistente  PERCUSIÓN Juan Francisco Ruiz* / Ignacio Villa / José Luis Carreras* / Miguel Ángel Forner* / Daniel Ishanda* / Miquel Angel Martínez*  ARPA Magdalena Barrera, solista / Esther Piñol*  PIANO Jordi Torrent*

ENCARGADO DE ORQUESTA Walter Ebenberger  
RESPONSABLE DE DOCUMENTACIÓN MUSICAL Begoña Pérez
RESPONSABLE TÉCNICO Ignacio Valero
PERSONAL DE ESCENA Luis Hernández *

* Colaborador

COMENTARIO

por Xavier Chavarria

La Rusia musical de hace cien años

El arte ha tenido que buscar a menudo vías de expresión alternativas, subterfugios y eufemismos para esquivar la censura y denunciar veladamente situaciones de opresión. A partir de la segunda década del siglo pasado, esto fue una constante en la música de dos de los compositores que hoy escucharemos, vigilados y amenazados por un régimen soviético que los quería bien sometidos (el otro, Serguéi Rajmáninov, optó por marcharse de aquel infierno en el año 1917 y para siempre). Y una de las herramientas más afiladas y refinadas que Dmitri Shostakóvich y Serguéi Prokófiev incorporaron a su música para soportar aquel ambiente represivo y siniestro fue la ironía, el sarcasmo y el humor satírico. Se percibe en todas partes: a veces histriónico, a veces lastimero, pero siempre lúcido y mordaz. Y, en estado embrionario, ya lo encontramos en las obras que hoy escucharemos, hijas de una época inquietante.

A Prokófiev (1891-1953) no le interesaba en absoluto la revolución, ni tampoco la contrarrevolución: él solamente quería componer y tocar. Incómodo por los acontecimientos ocurridos en el año 1917 en su país (caída del zar Nicolás II, Revolución de Octubre, enfrentamientos civiles...), decidió marcharse hacia los Estados Unidos. Lo hizo en mayo de 1918 desde el puerto de Vladivostok y por el Pacífico, vía Japón (aún estaba en marcha la Gran Guerra), y en el barco en el que viajaba empezó a proyectar la ópera El amor de las tres naranjas, basada en un cuento del dramaturgo veneciano del siglo XVIII Carlo Gozzi que le había propuesto su amigo y director teatral Vsévolod Meierhold, que pocos años después fue ejecutado en las purgas del régimen soviético. La historia ―mágica, extravagante y un tanto absurda― sedujo a Prokófiev, que la convirtió en una partitura de lenguaje plenamente tonal pero vanguardista, refinadamente áspera. El estreno tuvo lugar el 30 de diciembre de 1921 en la Ópera de Chicago y fue un éxito, pero Prokófiev no lo pudo disfrutar porque ya se había instalado en París, la ciudad donde estrenó la Suite sinfónica que escucharemos hoy y que recoge los pasajes más célebres, como la excitante ‘Marcha’ o el ‘Scherzo’. En 1926, la ópera sonó en la URSS, y su modernidad generó una polémica ideológica que puso al autor en el punto de mira. Sintiendo añoranza por su tierra, Prokófiev volvió a la URSS a inicios de los años treinta, y ya no pudo escapar nunca más de las presiones y los dictados estéticos de aquel régimen criminal.

Justo aquel mismo año, Shostakóvich (1906-1975) compuso su primera sinfonía. Tenía 19 años y aún era alumno del Conservatorio de Leningrado, la ciudad donde nació cuando todavía se llamaba San Petersburgo. De hecho, ya había escrito otras obras orquestales (dos scherzos y unas variaciones), pero uno de sus profesores, Aleksandr Glazunov, le recomendó que retocara algunos pasajes de la sinfonía porque resultaban malsonantes. Shostakóvich lo hizo, pero pocos días antes del estreno recuperó la versión inicial, y así sonó el 12 de mayo de 1926 en Leningrado, bajo la dirección de Nikolái Malkó, que consideró aquella obra juvenil un paso adelante en la música sinfónica rusa. El estreno fue un éxito.

Esta primera sinfonía se aleja mucho del espíritu y de las sensaciones que provocan el resto de sus sinfonías, pero ya anuncia el inconfundible tono sarcástico, áspero y agridulce que preside y caracteriza toda su producción posterior: un humor espontáneo, enigmático, de ritmos valseados con aire inquietante (a veces siniestro), con el regusto popular de algunos pasajes (en el trío del ‘Scherzo’), las sonoridades metálicas y punzantes, con el piano integrado como un instrumento orquestal más, y sin renunciar al refinado lirismo que encontramos en el movimiento lento, o en la abrumadora virulencia sonora del ‘Finale’, con una orquestación de gran densidad que contrasta con la ligereza de los dos primeros movimientos. Es talmente el retrato de un proceso de maduración sonora y estética, como si el autor se hubiera ido haciendo mayor a medida que avanzaba la partitura. Shostakóvich aún no incomodaba al régimen: el infierno no tardó mucho en empezar.

También es una obra juvenil el primer Concierto para piano y orquesta de Serguéi Rajmáninov (1873-1943), compuesto en 1891 como ejercicio académico para el Conservatorio de Moscú y dedicado a su maestro Aleksandr Ziloti. El primer movimiento sonó por primera vez en público en el auditorio de esta institución el 17 de marzo de 1892, dirigido por Vasili Safónov y con el autor en el piano, quince días antes de cumplir 19 años. A pesar de ser una obra de juventud, ya se intuye el lenguaje genuino que presidirá toda la producción posterior de Rajmáninov, por el lirismo desbordante, la contundencia expresiva (fíjese en el inicio del concierto), la densidad sonora y un formidable despliegue de virtuosismo para el solista. Aunque el compositor se sentía muy satisfecho de su obra, el concierto entero no se estrenó hasta bien entrado el siglo XX y después de muchas revisiones: fue el 28 de enero de 1919 en Nueva York, cuando el autor ya estaba exiliado en los Estados Unidos, interpretado por la Orquesta Sinfónica Rusa dirigida por Modest Altschuler. Esta es la versión que escucharemos hoy, a la que los americanos no prestaron mucha atención: preferían el tercer Concierto para piano, que ya habían tenido ocasión de escuchar en la exitosa gira que el autor realizó en el año 1909 por los Estados Unidos, y que también sonará en uno de los conciertos de este fin de semana. Era la época de esplendor creativo de Rajmáninov y de máximo reconocimiento de su música a raíz de las giras que acababa de hacer por Inglaterra, Alemania y los Países Bajos, y que habían ampliado su popularidad como pianista y compositor. Este tercer concierto lo compuso en verano de 1909 en Dresde, donde vivía con su familia, y lo terminó a finales de septiembre en la finca familiar de Ivanovka, lejos del bullicio y de los conflictos de la capital del imperio ruso. El autor lo estrenó como solista en el New Theatre de Nueva York el 28 de noviembre de aquel mismo año, con la New York Symphony Society dirigida por Walter Damrosch, en el marco de una gira por los Estados Unidos que duró tres meses y que lo llevó también a Chicago, Filadelfia y Boston, siempre con grandes éxitos. A principios de 1910, volvió a sonar en el Carnegie Hall, esta vez dirigido por Gustav Mahler. Es, probablemente, uno de los conciertos más exigentes del repertorio para piano, por su extrema complejidad técnica y densidad orquestal, y porque contiene una cadencia temible ―en el primer movimiento― que ni el autor se atrevía a tocar en público. Pero también es uno de los puntos culminantes del Romanticismo musical y una de las obras maestras de Rajmáninov.

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